Tantos cambios, opuestos enfrentados violentamente queriendo cada uno defender su razón pero conviertiendose solo en cerrazón. Algo esperanzador nos queda, el as en la manga de Dios, muchos trabajaron en ello para estos tiempos. El ser humano esta por cruzar el umbral de su propio destino,un destino construido y destruido durante cientos de años, nos encontramos en el momento mas decisivo de la historia donde las capacidades están al borde de desatar la luz que hará comprensible y visible nuestro rol en esta gran aventura cósmica .

12/10/10


EN EL CORAZÓN DEL CORAZÓN 

                                                   Tercer Parte Informe  Paititi
“Durante todo el viaje serán supervisados a manera de un examen colectivo, porque a través vuestro será examinada la misión y a los misioneros, quienes fueron en representación de todos y quienes son representados y apoyan esta parte del proceso. Como nunca en la misión la evidencia del apoyo externo e interno será notorio, y llegarán a la puerta que separa realidades y la cruzarán recorriendo caminos entre las dimensiones. Toda la ruta los sensibilizará para que vean aquello que simultáneamente se estará dando a múltiples niveles. El que sólo va ha tocar dejará de ver, el que sólo viajó para ver no palpará la otra realidad. Nuestro consejo es que vayan a sentir y así verán y palparán, escucharán y se conmoverán porque todo les hablará, todo tendrá algo que decir y que comunicarles.” (Sampiac, 17-05-10)
Por razones de trabajo no podía estar días antes con los compañeros haciendo los preparativos y colaborando en la logística de la expedición al Paititi 2010, recayendo la responsabilidad y el peso de dicho trabajo en Daniel Lague y Francisco Sosa de Perú. A ellos se les sumaron días después Cristian Sánchez de Argentina y Patries Van Helsen de Holanda apoyando en todo lo relativo a confeccionar un botiquín médico lo más completo posible, y establecer la dieta alimenticia adecuada que todos llevaríamos. Cuando los guías confirmaron en el 2009 la realización del nuevo viaje al Paititi ya tenía comprometido todo el año 2010 con viajes y conferencias diversos en diversas partes del Perú y del mundo, los que tuvieron que cancelarse o reprogramarse una vez se supimos las fechas exactas. Entre las actividades que tenía pactadas, estaba un viaje al mismo Cusco con un grupo internacional de personas, la mayoría norteamericanos estudiosos de lo que es el chamanismo. Por la cercanía con las fechas del viaje al Paititi, quise cancelar dicho compromiso, pero la organizadora del mismo me pidió encarecidamente que no lo hiciera.


Así al viajar al Cusco y llegar con estas personas al aeropuerto de la antigua capital de los Incas, me encontré con la sorpresa de que quienes nos recibieron fueron Santiago Quispe Pampamisayoq, hijo de Don Mariano Quispe el más importante Altomisayoq de la comunidad de los Q´eros, guardianes de la tradición ancestral andina, y Doña Maria Apasa, hermana de Don Mariano, y única Altomisayoq mujer. La organizadora del grupo Laurie Friedler se había puesto de acuerdo con don Mariano para que éste nos acompañase a todos los lugares que visitaríamos en Cusco, para hacer “despachos” o mesas de ofrendas a los Apus, espíritus guardianes de las montañas y a los cuatro elementos, así como a la Tierra, el Sol, La Luna y las estrellas. A último momento Don Mariano había considerado mejor quedarse en el nevado del Ausangate, donde se encontraba ayunando y meditando, enviando a sus parientes para que nos atendieran. Fue una experiencia extraordinaria ir acompañado de estas personas de gran sabiduría y a la vez de una ejemplar humildad y sencillez a los emplazamientos arqueológicos mas importantes en la ciudad y alrededores como: Sacsayhuaman (la colina del halcón o templo fortaleza), Q´enko (lugar del Zigzag o adoratorio al Puma) y Tambomachay (Lugar de la Cueva del descanso o también conocido como los baños del Inca), así como al Coricancha (Templo del Sol). Laurie les pidió muy especialmente a Santiago y Doña Maria que en sus kintus u ofrendas, así como en sus despachos pidieran una protección muy especial y bendiciones para las trece personas que iríamos al Paititi. El grado de amistad e integración propiciado por Laurie con los Qéros (quienes son los guardianes desde hace quinientos años del camino Inca que baja de las montañas de Paucartambo hacia las selvas del Madre de Dios), fue tal que ellos nos pidieron ser los padrinos del hijo de Santiago y del hijo de Manuel, sobrino de Santiago, de tal manera que no solamente se daban las condiciones como para recibir en nombre del grupo expedicionario las mejores bendiciones de estas personas quienes son maestros de la espiritualidad, sino que encima nos pedían emparentarnos con ellos, como para que quienes fueran en este viaje fueran los nuevos Q´eros o Q´eros honorarios. El trabajo más intenso que realizamos con los Q´eros fue en Raqchi a 120 km del Cusco, en el gigantesco templo al dios Viracocha, sólo comparable con el templo de Karnak en Egipto, por sus dimensiones, columnas y hasta lago sagrado. Realmente Raqchi es uno de los lugares más espectaculares y mágicos del Cusco, y sin embargo de los menos promocionados y visitados. Allí los maestros Q´eros junto con Laurie como oficiantes pusieron en la mesa que dispusieron en el suelo piedras en forma de corazón sobre una manta y sobre la imagen del disco del Paititi . Se hicieron las ofrendas a las cuatro direcciones, se invocó a los espíritus protectores de las montañas y de los cuatro elementos, y en su ritual se nos purificó. Un detalle hermoso fue el gesto de parte de Laurie y su grupo de haber mandado a confeccionar estrellas de seis puntas que representan el equilibrio entre lo material y lo espiritual con las símbolos de la misión Rama que fueron igualmente bendecidas y me las entregaron para que se las diera a cada uno de los participantes de la expedición Paititi 2010. Durante la realización de este ceremonial llevado a cabo en el interior de un edificio circular antiguo y sin techo, apareció en el cielo el cerco o halo del sol muy bello e intenso. Al término del ceremonial y contando con la presencia de una joven traductora cusqueña, los Q´eros me pidieron que les contara su historia, ya que a fines de la colonia y comienzos de la república, los hacendados los esclavizaron y les hicieron perder su memoria, impidiendo que estudiasen maltratándolos y burlándose de ellos comparándolos con el típico vaso ceremonial Inca llamado “Kero”, haciéndoles creer que eran gente sin historia y que existían sólo para servir, como un vaso. Lo único que recuerdan los “Q´eros” es que el Inca después de dejarlos allí , entre los nevados de Paucartambo, cuidando el camino al valle de Cosñipata, se convirtió en otorongo (jaguar) y se perdió en la selva de Paititi. Y que ellos están esperando que el Inca recupere la memoria y vuelva de la jungla a gobernar, liberándolos de su compromiso de estar allí como guardianes del camino aguardando su retorno. Una vez al año de todos los pueblos del mundo andino llegan peregrinos hacia el nevado del Ausangate para celebrar la fiesta del Qollority (Estrella de la nieve), un ceremonial que se celebra ascendiendo el glaciar, y que se relaciona con el Cristo crucificado, pero que encierra todo el simbolismo del calvario del mundo andino representado en el martirio de los soberanos incas y la esperanza de la resurrección de las huacas y de sus gobernantes ancestrales.
Con gran solemnidad y vestido con un poncho Q´ero comencé a relatar en voz alta la historia que descendientes de las Panacas Reales (familias de los antiguos soberanos) me confiaron en 1990 en el antiguo palacio de Pachacutec en la plaza de Armas del Cusco (Plaza Huacaypata o plaza de las plegarias). Mi relato decía: “Una ligera estela de polvo que se iba levantando a distancia previno al guardián del tambo (lugar de descanso en el camino) . Inme­diatamente este anuncio la llegada del chasqui (correo inca) y se dispuso a dar aviso al relevo que debía prepararse y calentar cuerpo para recoger la información del co­rreo que se acercaba. El empedrado camino que ara­ñaba la montaña serpenteaba por el macizo andino a más de tres mil metros sobre el nivel del mar. El sistema de chasquis, hombres de baja estatura pero de gran fortaleza física y recias piernas, mantenía al. Imperio del Tahuantinsuyo (Imperio de los Cuatro Puntos Cardinales) intercomunicado, aprovechando los excelentes caminos que atravesa­ban la costa, la sierra y la ceja de la selva. La trompeta de caracol, recogida del Chinchaysuyo (mar de Colombia), lleno la amplia quebrada con un sonido profundo que anunciaba relevo inmediato. De pronto, el ambiente hizo eco de los acom­pasados pasos del corrector acercándose a su meta final, con los brazos flexionados y cruzados sobre el pecho, el corazón agitado, la respiración dificultada por la altura y los jadeos en el rostro sofocado, an­sioso de entregar la posta al relevo. Quien tomara la posta debería conocer el ca­mino entre peñas rotas, que se recorría igualando y subiendo las quebradas de mampostería perdidas en las alturas. En su misión portaría el tocado de plu­mas a manera de quitasol del postillón, símbolo de haber desafiado la mayor parte del jahua ñan (camino arriba), parte del Capac Ñan (sistema de caminos imperiales). Por lo general el mensaje se trasmitía de boca en boca; así, cuando se estaba lo suficientemente cerca para que el otro pudiese oír, comenzaba el relato en voz alta para tener tiempo de terminarlo al momento de poner la posta en las manos del relevo. Pero esta vez el mensaje fue lacónico, el chasqui se limito a entregar la chuspa (bolsa de tela multicolor) que le colgaba del hombro y caía sobre el uncu (túnica). Era mediodía y el Sol serrano castigaba la piel de quien salía más allá de la sombra. Llamas negras y marro­nes se arremolinaban dentro del local en torno a la poca área techada, pisoteando el estiércol acumulado. El guardián se alejo del edificio conformado por una sola pieza de 100 ó 30 pies, encerrada tras recios muros de adobe y piedra, en uno de los cuales se alza­ban dos puertas. Rápidamente camino había dos edi­ficaciones menores construidas con adobe, cuyos accesos se oponían mirando el uno al otro. Cada una era habitada hasta por cuatro chasquis quienes per­manecían pendientes del correo. Pero encontró el lugar semivacío, consecuencia de las epidemias y la guerra civil que azotaban al imperio. Afortunadamente, dentro de una de las chozas encontró al hatun chasqui Churo Mullo, jefe de grupo, un hombre arrugado y parco de unos cin­cuenta años que estaba esperando alerta. Churo Mullo había desarrollado el oficio gran parte de su vida; su experiencia incluso lo había llevado a alcan­zar el grado de mallku (cóndor o autoridad conectada con los Apus de las montañas), por considerársele aun supe­rior a los huaman (halcòn). Preparándose, el fogueado correo masajeaba sus muslos y pantorrillas deseando en lo más íntimo que las piernas no le fallasen porque todo indicaba que debía tratarse de algo sumamente importante. Estaba en lo correcto. El Inca Atahualpa, vence­dor en batalla de su hermano Huáscar, tenía en su poder a este pero a su vez había sido hecho prisionero por los hombres blancos y barbados de los que se decía podían ser viracochas, enviados del Eterno, del dios que está aun por encima del Padre Sol. Churo Mullo se dirigió al camino y con an­siedad aguardo el arribo del encargo. Lo tomo en sus manos y asiéndolo con fuerza acelero el paso dejando atrás a aquel otro hombre, pálido, cenizo, que caía pesadamente sobre sus rodillas, cubriéndose con las manos el rostro y estallando desconsoladamente en sollozos como un niño. Mientras alcanzaba los primeros quinientos metros de su recorrido, el chasqui percibía a través del tacto el contenido de la bolsa: un pequeño quipu y un pedazo de fleco carmesí de la insignia imperial manchado de sangre. Las lágrimas empezaron a aso­mar por los ojos de aquel andino. Subió por unas es­caleras talladas en la roca, que lo colocaron en línea recta hacia un pequeño puente compuesto de largas losas de piedra que se levantaba a decenas de metros. Sus pies, calzados con sandalias de cuero de llama y ataduras de lana negra, se deslizaron ligeros por el camino empedrado en dirección al Qosqo, la capital del reino convulsionado. A ambos lados del estrecho valle se elevaban, macizas y rocosas, montañas de una accidentada geo­grafía. El postillón cruzo sobre un río, por un puente hecho de mimbre tejido, sobre el que se habían colo­cado tablas o maderas a manera de piso. Por ser el trecho muy largo, el puente se doblaba y temblaba fuertemente, aunque era seguro por poseer baran­dillas de soga y estar sujeto a torreones de piedra en cada extremo. Al atravesar las zonas de cultivo, el camino se cerraba con muros laterales, como medida precauto­ria de todo daño que pudiesen causar las tropas durante las campañas. Unos mitmaj (mitimae o colono desarraigado de su pueblo original e insertado en otra parte ya sea como castigo o por su lealtad, siendo ubicado en zonas conflictivas) se encontraban trabajando la chakra cuando vieron pasar velozmente al correo. Se detuvieron a observar asiendo con fuer­za sus chaqui-tacllas ( arados de pié). En sus rostros, que lucían la protuberancia del acullicu (bola de hojas de coca) , se dibujaba una mueca de desprecio a la que acompaño el sonido seco de un es­cupitajo lanzado violentamente sobre la tierra por uno de los más jóvenes. Al chasqui Churo Mullo le siguieron otros relevos que, en conjunto, pudieron cubrir en solo cinco días la gran distancia que separa Cajamarca del Qosqo, calculada en unas doscientas leguas (una legua corresponde a 5 552 metros). El último chasqui fue el portador de la terrible noticia: el capac ucha (gran delito) se había consumado con el asesinato del Sapan Inca Huáscar. También se daba a conocer el número de zungazapas (hombres barbados) que venían, a pie o montados en "llamas gigantes", así como los pueblos aliados que los acompañaban. Huayna Capac, padre de Huáscar y de Ata­hualpa ascendió al trono en el año de 1481, a los 30 años de edad. El soberano bebía mucho, sin llegar a embo­rracharse. Era afable y muy querido por sus vasallos; se le admiraba por su valentía y prudencia, y se le temía por ser un implacable conquistador. Tuvo más de cien hijos varones y unas cincuenta mujeres. Con la hija del señor principal de Quito engendró a Ata­hualpa; Huáscar nació en el Qosqo, producto de la unión con la coya Rahua Ocllo, su hermana y segunda mujer legitima, ya que la coya de mayor edad no le había podido dar descendencia. Cuando Huayna Cápac marcho a Quito, donde permaneció por 10 años, Huáscar quedo al frente del gobierno en el Qosqo. Permanentemente se reunía con los cuatro suyuyuj apu, que eran jefes de cada suyo (región o punto cardinal). Huayna Cápac gobernó por más de tres décadas continuando con la política de extensión territorial y fortalecimiento de la organización estatal iniciada por su padre Túpac Inca Yupanqui, gran conquista­dor y estadista. Túpac Yupanqui quiso llevar a cabo una am­biciosa expansión del imperio tanto hacia el Contisuyo (el oeste o el mar) como hacia el Antisuyo (el este o la selva), como lo cuenta el Cronista Pedro Sarmiento de Gamboa, de tal manera que el mismo Inca lideró la expedición hacia las islas del mar con 400 balsas o embarcaciones y 20,000 guerreros. Esta aventura duró entre 9 meses y un año. Recordemos que Thor Heyerdhal (noruega) en la década de los años cincuenta del siglo XX, montó la expedición Kontiki, de tal manera que en una embarcación hecha de totora ( una planta similar al Papiro egipcio), demostró que las corrientes marinas funcionan como autopistas en el Pacífico, y pudo conectar fácilmente Sudamérica con la isla de Pascua. La llegada de Tupac Yupanqui a la Isla de Pascua habría quedado perennizada en el recuerdo de los pobladores, habiendo bautizado un canal y una bahía como Te-ava-nuo Tupa (que se traduce como “la bahía del rey Tupa”). Esto explicaría por qué algunos de los doscientos Ahus o Centros Ceremoniales de los Rapa Nui, poseen gigantescas piedras trabajadas y colocadas muy al estilo Inca. Además existe el registro de que mucho tiempo después de la llegada de los Maoríes a la isla liderados por su rey Hatu Matua, que vinieron ha ser los llamados los clanes “Hanau Mooko” u “hombres de orejas cortas”, se produce una nueva oleada de gente que llega a poblar y compartir la isla, y que se les habrá de llamar los “Hanau Eepe”, o “orejas largas”, que nos hace recordar a los “Orejones del Qosqo” que eran los nobles incas que se deformaban las orejas y la cabeza para asemejarse a los dioses del cielo. Los Orejas largas sometieron y al parecer esclavizaron a los orejas cortas, los cuales tiempo después se revelaron exterminando a los primeros , destruyendo incluso muchos Ahus y derribando las estatuas de los Moais. Algunos de los Moais más modernos serían de la época de la ocupación inca, de allí el perfil y las orejas de las estatuas. Esto coincidiría con el relieve montañoso de la meseta del Pantiacolla, en las selvas del Manu, que luce como un gigantesco Moai acostado. Recordemos que la ciudadela de Machu Picchu estaba como protegida no solo por los espíritus de cuatro montañas o Apus ubicadas en las cuatro direcciones, también lo estaba por la forma en relieve de un rostro mirando al cielo ubicado en la montaña del Wayna Picchu. Antes, durante o después de la guerra de los clanes se destruyo el ecosistema de la isla, y se acabó con los bosques nativos. Según los mitos pascuenses los primeros habitantes de la Isla de Matakiterani o Tepito Notehenua, y con los cuales se encontraron los exploradores enviados originalmente por el rey Hatu Matua eran los llamados “hombres lagarto”, lo cual coincidiría con la información suministrada por los guías extraterrestres de los llamados “Angeles Caídos” procedentes de Orión. Seres de aspecto reptiloide, que en éste caso habrían sido exiliados o deportados a la Tierra, y especialmente a la isla más aislada. Su ubicación pareciera reafirmarse en el papiro egipcio del Imperio Nuevo llamado “El Naúfrago”, un cuento egipcio que ubica a sobrevivientes de un grupo de hombres lagarto abandonados en una isla. La otra expedición militar, la del Antisuyo, fue dirigida hacia la conquista de la zona selvática del Madre de Dios, donde envió 40 000 guerreros. Pero la fuerte resistencia de las tribus aborígenes, aunada a la difícil geografía de ríos tur­bios y torrentosos, selvas tupidas e impenetrables, parásitos y toda suerte de alimañas, así como un clima excesivamente cálido y húmedo, obligo a las diezmadas huestes incas a pactar con el Gran Yaya, señor y cacique de las tribus de la región del Paititi. Testimonio de dicho convenio fue la construcción de la ciudad llamada Paiquinquin (se traduce como “el mismo es” o “el encuentro con el verdadero ser”) , ciudad ge­mela al Qosqo, en la meseta de Pantiacolla, como último puesto de penetración en la selva, conectada con Paucartambo por siete tambos y pucaras (fortalezas) a lo largo de los caminos. Mientras el Qosqo era consi­derado el "ombligo" del mundo andino, Paiquinquin Qosqo o Paititi seria el "corazón" (el alma). Al pie de la ciudad se construyo una laguna de forma cuadrada para asegurar los recursos hídricos. Este lugar, considerado un santuario por los lugareños, se encontraba al lado de una gran cascada y de una montaña con rostro humano atravesada por profundas cavernas. Cuenta la leyenda que del interior de las grutas se veía salir hombres muy altos vestidos de blanco o con trajes color ocre. Así, la avanzada inca no solo tuvo que solicitar autorización de los indígenas de la zona, sino también la de los habitantes de los subterráneos o "guardianes primeros". Se decía que estos, los Paco Pacuris (guardianes), eran sobrevivientes de una civili­zación que se extendió por toda la región amazónica y que representaban una humanidad intraterrestre. Huayna Capac tuvo que enfrentar igual que su padre gran cantidad de insurrecciones de distintos pueblos. Para mantener la integridad territorial aplico castigos ejemplares, como el que sufrieron los naturales de la punta de Santa Elena y Tumbes, a quienes se les llamo los "desdentados": hombres, mu­jeres y niños fueron sometidos a la extracción de los dientes de la mandíbula superior. O el caso de los indígenas de Carangue: vencidos en batalla, se or­deno degollar a quince mil de ellos como escar­miento y ejemplo para intimidar y evitar futuras insurrecciones. Las sublevaciones en el norte del imperio fueron aprovechadas por Huayna Cápac para consolidar terri­torios como el golfo de Guayaquil y la región de los chachapoyas, así como para llevar la frontera hasta el río Ancasmayo (en el territorio de la actual Colombia). Huayna Capac se encontraba en Quito cuando fue informado de una invasión de los antis del sur este (selváticos chirihuanos de la familia de los guaraníes). Como en ocasiones anteriores, estos asediaban la frontera meridional del imperio, mas fueron prontamente re­pelidos por las tropas imperiales al mando del apusquipays Yasca. Paradójicamente, el final de Huayna Cápac lle­garía con el arribo de los viracocha a la costa norte, ya que a partir de entonces se extendió la epidemia de viruela por todo el reino, introducida por los es­clavos negros que los acompañaban. El propio Inca enfermó pronto del terrible mal que cubría todo el cuerpo de pústulas. Cuando se encontraba postrado, tuvo la visión, al pie de su lecho, de tres seres humanoides enanos y grises que le querían hablar. Consulto entonces con el oráculo de Pachacamac sobre su enfermedad y el significado de aquella ex­traña aparición. El sacerdote y vidente del más im­portante templo de la costa le revelo que no moriría de aquel mal. Pero no fue así. A la muerte de Huayna Cápac, en Quito, y de algunos hermanos de Atahualpa y de Huáscar por la misma enfermedad, entre ellos el posible heredero designado originalmente en Tomebamba, Ninan Cuyuch, el terreno quedo expedito para que fuese coronado Huáscar, quien contaba con el respaldo de la nobleza del Qosqo (los orejones) . Entonces, cuatro ancianos encargados de registrar todo cuanto sucedía durante su reinado dijeron al sucesor: "Oh, Sapan Inca, grande y poderoso, el Sol, la Luna, la Tierra, los montes y los árboles, las piedras y tus padres lo guarden de in­fortunio y lo hagan prospero, dichoso y bienaven­turado sobre todos cuantos nacieron; sábete que las cosas que sucedieron a tu antecesor son estas (... )", y luego, puestos los ojos en la tierra y bajadas las ma­nos con gran humildad, le dieron cuenta de todo lo que sabían. Los restos de Huayna Cápac fueron conducidos al Qosqo desde Quito y depositados en su palacio bajo el cuidado del chunca uti cápac camayoc (servidor de las momias reales) . Inti Cusi Hualpa Huáscar recibió la borla impe­rial a la edad de 34 años. Como heredero del Inca, Huáscar portaría una mascaypacha(corona) similar a la de aquel, con la diferencia de que esta insignia era de menor dimensión y de color amarillo. El sucesor vistió el unco y la llacolla (capa de dos piezas) por encima del hombro izquierdo, dejando descu­bierto el brazo derecho. El unco solía estar cuajado de aplicaciones de oro, piedras, conchas y plumería. Estas prendas las llevaba todo inca, pero la calidad del tejido y el decorado era distinta. El ajuar era preparado en el ajllahuasi (Templo de la Luna) , con lana de vicuña reservada para la alta nobleza; incluía una chuspa que colgaba del hombro. El llauto (tocado) era siempre policromado y remataba en la mascaypacha. Este se colocaba sobre la cabeza que lucia cabellos cortos cuyo largo no excedía los dos dedos (privilegio de los nobles). Del llauto también colgaban figuras y flores hechas de plumas; usaban asimismo adornos metáli­cos en la cabeza, y en el pecho unos canipos (patenas de oro y plata) . En el pabellón o lóbulo de la oreja la horadación era mayor que en el resto de la nobleza; los zarcillos eran tan grandes y suntuosos que deformaban y alargaban extraordinariamente las orejas. También empleaban adornos en la ursuta (sandalias) y de la muñeca pendía una chipana (ajorca de oro). El suntur Paucar (el cetro) era de madera cubierta de plu­mas y media de largo un poco menos que una pica. El nuevo jefe, dotado del carisma de dirección, fue reconocido como el descendiente del lejano progeni­tor que esta en su tumba bien conservado; este a su vez descendía del fundador del ayllu y, por lo tanto, de su espíritu soberano. La secuencia era: jefe vivo, jefe momificado, fundador humano y espíritu fun­dador. Para todos los pueblos andinos, el espíritu fundador por excelencia era el wari. Según la creen­cia, el wari había creado todos los grupos humanos organizados en comunidades y aldeas. Desde su coronación, Huáscar mostró cual seria el perfil de su reinado. Contra la costumbre, no per­mitió que el willaj-umu (Sumo sacerdote), tío suyo, sacrificase a un pequeño niño como ofrenda a los dioses. Sorprendido, el sumo sacerdote prosiguió la ceremonia pronun­ciando la oración ante la imagen del dios Wiracocha en el Coricancha, que era el templo mayor de los in­cas en el Qosqo. Como Wiracocha era un dios tras­cendente, no ubicable en el espacio, ambiguo (ni macho ni hembra), superior al propio Sol al cual había creado, se le representaba como un ser hu­mano con barba y vestido con una tunica , en su propio templo de Raqchi . La oración decía: "Señor, esto lo ofrecemos (una llama en sacrificio), porque nos tengas en quietud y nos ayudes en nuestras guerras y conserves a nuestro señor el Inca en su grandeza y estado, y que vaya siempre en aumento y que le des mucho saber para que nos gobierne." Hay quienes piensan que la causa del fracaso de Huáscar fue su carácter grave e innovador. Ocupado siempre en asuntos de Estado, eludía las actividades sociales como salir a comer en la plaza publica, cos­tumbre entre los incas, lo que le restaba popularidad dentro del estrato de la nobleza. Decían que Huáscar sería castigado por los dioses por introducir tantos cambios en la ciudad buscando corregir lo que el consideraba actitudes relajadas y decadencia. Entre otras cosas, mando enterrar a los muertos que antes andaban entre los vivos, y les quito todo lo que tenían, que era lo mejor del reino, contrariando la costumbre religiosa inmemorial de que los muer­tos debían ser servidos como si fueran vivos, dotándolos de vajillas de oro y plata. Es más, la mayor parte de la gente de servicio, tesoros, alimentos, gas­tos y vicios estaban en poder de los muertos y de los vivos que los atendían, pues estos sirvientes "vivos" interpretaban así lo que según ellos era la voluntad de los muertos. Cuando tenían deseos de comer o de beber, decían que era deseo de las momias; si querían ir a holgar a casa de otros, decían que era costumbre irse a visitar los muertos unos a otros y hacían grandes bailes y borracheras. Algunas veces iban también a casa de otros vivos y estos a las suyas. Huáscar también trato de acabar con las inmo­ralidades que fomentaban algunos malos sacerdotes y muchos nobles; ello le granjeo enemistades y más de una intriga palaciega. Atahualpa envió sus saludos al recientemente coronado Sapan Inca Huáscar, acompañados con muchos y muy ricos presentes para la madre del soberano, Mama Ragua Ocllo, y su esposa, la coya Chuqui Huypa. Atahualpa era un hombre joven de unos 31 años, con un cuerpo bien proporcionado, algo grueso y recio, rostro grande y hermoso, así como feroz. Sus ojos eran rojizos y encendidos. Hablaba con gravedad y reposo; era lucido y juicioso, alegre, inteligente y comunicativo. Con los obsequios iba la petición de que su hermano le concediese el gobierno de Quito. Accedió Huáscar con cierto recelo, recomendán­dole que fuera cuidadoso, para lo cual le enviaría más tarde instrucciones precisas. Atahualpa obviamente se alegro por la respuesta afirmativa, pero desde el primer momento las habladurías e intrigas entre sus parientes y algunos rivales, como Ullco Colla, señor de los cañaris, junto con el gobernador de Tome­bamba, sobre una posible conspiración, produjeron desconfianza en la persona de Huáscar y una intensa animadversión hacia su hermano, cuyos enviados eran recibidos de manera desdeñosa. Al poco tiempo, Huáscar mando ejecutar a al­gunos personajes considerados como conjurados, en­tre los que se hallaban un tío y un hermano suyo. Entre tanto, en el norte se sublevaron los Huancavilca, pero fueron rápidamente sofocados y casi ex­terminados por Atahualpa. Después se llegaría a decir que esta gente se había rebelado más bien con­tra Atahualpa, quien los quería atraer a su propia causa. Poco a poco llegaron rumores, cada vez más in­tensos, de la belicosidad de Atahualpa, cuya am­bición al parecer iba en aumento. Se difundió la versión de que se había apoderado de las ricas andas que su padre Huayna Cápac dejo en Tomebamba, así como de las más finas y delicadas ropas que se guardaban en los depósitos, argumentando haber sido designado por su padre Huayna Cápac antes de morir, como señor de esa parte del imperio, la cual sistemáticamente logro polarizar a su favor, ya fuera valiéndose de la persuasión o por la fuerza. Después de consultar a sus consejeros y te­meroso de un alzamiento de grandes dimensiones y de funestas consecuencias que sumiría al imperio en una guerra civil, Huáscar solicito la presencia de su hermano, pero este se negó en varias ocasiones adu­ciendo que le podría ocurrir algo negativo por la can­tidad de enemigos que tenia. La reiterada negativa de Atahualpa de no com­parecer ante su hermano fue la gota que rebaso la paciencia del Inca, quien vio en todo ello una verda­dera ofensa a su autoridad. Fue entonces cuando dis­puso la organización inmediata de una expedición punitiva. Atahualpa gozaba de gran prestigio entre el grueso del ejercito y su oficialidad, que se hallaba acantonado en el norte, por lo que inmediatamente recibió apoyo multitudinario, aclamándosele por sus dotes de caudillo. Huáscar, por su parte, dio órdenes para que un poderoso ejército sometiera al supuesto rebelde, en­comendando la jefatura al general Atoc, al que se unieron las fuerzas de Ullco Colla con sus cañaris y tomebambas. Atahualpa, sabiendo de la amenaza que se cernía sobre él, llamo a sus generales Calcuchimac y Quisquis, pero primero mando mensajeros al encuentro de Atoc para interrogarlo sobre sus intenciones. Al confirmarle que iba a apresarlo, se iniciaron las cruentas luchas que inmediatamente produjeron una inesperada derrota en el bando quiteño cerca de Tomebamba, cayendo prisionero el propio Atahual­pa, quien fue conducido a prisión. Una noche, cuando todo era algarabía por la rápida y sorpresiva victoria y la gente de guerra se encontraba celebrando, se produjo la fuga del hermano del Inca gracias a que una de sus mujeres le fa­cilito una barreta de cobre con la que logro abrir un forado en la pared. Esta mujer se había valido del soborno y de algunos bebedizos con los que adormeció a los guardias. Atahualpa afirmaría después que: "Gracias a la magia de su Padre Sol se había con­vertido en serpiente escapándose así de su encierro." En Quito volvió a agrupar a su gente para en­frentar una nueva batalla en la localidad de Rio­bamba, donde se produjeron muchísimas bajas de ambos lados. Esta vez fue Atahualpa el vencedor. Tomo prisionero al general Atoc, a quien ordeno torturar, y también fue su decisión que atravesaran con flechas el cuerpo del jefe de los cañaris. La guerra fue cruenta, con victorias y derrotas por parte de ambos contendientes. En un momento en que las fuerzas de Huáscar parecían imponerse y salían en persecución de las diezmadas tropas re­beldes, el Inca, que se hallaba al frente de una parte de su ejército, cayo en una trampa. Quisquis, aquel veterano general que servia a Atahualpa, en un acto suicida se lanzo con algunos de sus hombres contra la litera del monarca, haciéndolo caer de las andas y tomándolo como rehén. Ya en prisión, Huáscar fue torturado horadando salvajemente sus hombros para introducir una soga de la cual se le arrastraría. Una vez que se hizo nombrar Inca, Atahualpa ordeno terribles represalias contra la familia de Huáscar, que fue exterminada casi en su totalidad, degollándolos delante de él para incrementar aún más su sufrimiento. En Qosqo se extendió la matan­za empezando por los nobles leales al rey vencido. Otros de sus hermanos tuvieron que huir o escon­derse, y solo unos pocos fueron perdonados por ser muy jóvenes y encontrarse al cuidado de los restos de Huayna Cápac y de sus wauke (doble escultórico de oro y piedra, que guardaba el corazón momificado del soberano) . En aquella ocasión también se había perseguido y dado muerte a los quipucamayoc (maestros de los quipus, sistema nemotécnico de registro de la información y contabilidad). Se prendió fuego a los quipus, con la finalidad de hacer desaparecer los archivos de la historia y así legitimar al usurpador Atahualpa. Durante la barbarie se destruyeron igual­mente unas tablas de madera que contenían de manera simbólica los orígenes y la historia de los incas, así como de los antepasados wari, cuya confección había ordenado el Inca Pachacutec, y con ello desaparecieron también las claves de interpretación de los tocapus (símbolos). Aun hecho prisionero por las tropas europeas, Atahualpa pudo consumar su venganza. Una noche en Cajamarca, cuando Atahualpa se encontraba muy alegre en compañía de algunos soldados, miro al cielo y vio sobre el Qosqo un cometa de fuego; se le­vanto y elevando su vaso como para celebrar dijo: "Pronto habrá de morir en aquella tierra un gran señor". Tales palabras no eran sino la anticipación de sus deseos. Debía deshacerse rápidamente de Huás­car, pues temía que los viracocha pudiesen devolverlo nuevamente al poder. De inmediato ordeno asesinar a su rival, y como símbolo de poder bebió la chicha en su cráneo, al que mando incrustar un (vaso kero de boca ancha y cuerpo estrecho) y un cañito entre los dientes. Igual suerte sufrieron más tarde otros dos her­manos de Atahualpa, como Huaman Tito y Mayta Yupan­qui. Encontrándose estos en Cajamarca pidieron licencia a Pizarro para ir al Qosqo, pero en el camino fueron asesinados por ordenes de Atahualpa. Durante su cautiverio, Atahualpa tuvo la opor­tunidad de conocer muy de cerca a los españoles, así como sus muy marcadas debilidades, entre las que destacaba una ambición desmedida. Por ello, en un plazo relativamente corto ofreció pagar por su liber­tad con tres habitaciones llenas de oro y plata hasta la altura que alcanzara su mano parado sobre las pun­tas de los pies. Los europeos aceptaron dicho canje y dieron su palabra de liberarlo una vez que se cum­pliera el ofrecimiento. Los tesoros efectivamente empezaron a llegar a Cajamarca. El 18 de julio de 1533 tuvo lugar el ereparto entre los 67 hombres de caballería y los 110 de infantería que acompañaban a Pizarro, ascendien­do el monto a 1´326, 539 castellanos de oro y a unos 57 mil marcos de plata. (Un castellano de oro eran 0.46 g, y un marco 230 g, por lo que se puede pre­cisar que el rescate equivalía a unos 610. 20 Kg. de oro, ¡más de media tonelada de oro y 13 toneladas 110 kilos de plata!) Sin embargo, los pagos reunidos no libraron de la muerte a Atahualpa, pues los conquistadores en ningún momento se habían planteado seriamente cumplir su promesa, ante la posibilidad de que el Inca, una vez libre y conociendo la naturaleza de sus captores, dirigiese el mismo un ataque contra ellos. Cuando el Inca comprendió que estaba perdido y que los extranjeros eran mentirosos y muy astutos, recordó que un famoso mago llamado Challco le había profetizado la caída del imperio, diciéndole: "muy pronto lo has de ver derribado de tu trono y despo­jado de tu reino y sujeto no a Huáscar [... ] sino a unos extranjeros que van surcando el mar contra la furia de los vientos, frustrando sus tormentas. Han tomado puerto y lo tienen seguro en estas tierras [...] es gente grave, ambiciosa, temeraria e incansable en sus em­presas [...] Serás su prisionero, quitarte han la vida y con ella fenecerá tu esclarecida casa y prosapia." También le vino a la mente lo que su padre Huayna Cápac le había dicho a la hora de su muerte: en plena fiesta del Inti Raymi en el Qosqo se vio venir por el aire un cóndor perseguido por cinco o seis halcones y otros tantos cernícalos, los cuales como por turnos atacaban al cóndor, impidiéndole volar y tratando de matarlo a picotazos. El cóndor, al no poderse defender, cayo en medio de la plaza mayor, entre los sacerdotes, quienes al tocarlo vieron que es­taba enfermo, cubierto de caspa, con sarna y casi sin plumas, hecho que fue considerado de mal agüero. También estaba l relato de un oráculo que consulto Huayna Capac al subir al trono, en donde los adivinos le va­ticinaron derramamiento de la sangre real, guerras y, fi­nalmente, destrucción del imperio. El Inca , indignado por tal profecía, despidió de mala manera a los profetas, pero se quedo con la incertidumbre y presa de angustia mando reunir a todos los sortílegos, in­cluso a uno muy notable de la nación yauyu, todos los cuales confirmaron el vaticinio. El Inca, disimu­lando su temor, los despidió igualmente. Más tarde fueron ordenados gran cantidad de sacrificios y la consulta a todos los oráculos, mas las respuestas fueron confusas. Atahualpa recordó también cuando, al expre­sarle su ultima voluntad, su padre había dicho: "Muchos años hay por revelación de nuestro padre Sol, tenemos que pasados doce Incas desde el fundador, sus hijos verían venir gente nueva y no conocida en estas partes que ganara y sujetara a todo el imperio, a nuestro rey en ese entonces y otros muchos. Yo me sospecho que serán de los que sabemos que han an­dado por la costa de nuestro mar; serán gente valerosa y sin escrúpulos, que en todo nos hará ventaja. Tam­bién sabemos que se cumple con mi reinado y mi fa­milia aquella profecía, por lo que siento y certifico que pocos años después que yo me haya ido de vosotros, vendrá aquella gente nueva y cumplirá lo que nuestro padre Sol nos ha dicho, y ganaran el im­perio y serán señores de él para desgracia de todos." Atahualpa fue sometido al garrote vil el 29 de agosto de 1533, después que se le conmuto la muerte en la hoguera por aceptar la fe cristiana y ser bautizado con el nombre de Juan. Se le acuso de haber orde­nado la muerte de su hermano Huáscar y conspirado contra los españoles, planeando un ataque a traición. Durante su funeral, hombres y mujeres se quitaron la vida para acompañarlo en su viaje. En el mes de septiembre, Pizarro se encamino a la capital del Tahuantinsuyo con parte de sus hues­tes, pero en el trayecto sufrió un intenso hostiga miento por las desarticuladas tropas de los generales de Atahualpa, que aun no podían creer lo sucedido a su caudillo y señor. Procurándose el apoyo de indígenas contrarios al gobierno y aprovechando las intrigas y evidentes tensiones internas del incario, así como del caos reinante, los conquistadores habían nombrado en Ca­jamarca a Topa Hualpa como Inca, pero este murió en Jauja envenenado por el general Calcuchimac, uno de los leales a Atahualpa, quien después seria quemado vivo por orden de Pizarro, como ya lo había hecho con muchos de los jefes y caciques de los pueblos que encontraron en el camino después que desembarcaron. Desde Cajamarca hasta el Qosqo había treinta y dos pueblos principales. Al cabo de dos meses los ejércitos invasores, multiplicados por las decenas de miles de indígenas contrarios al Tahuantinsuyo, tomaron posesión del Qosqo, el centro del incario, sin que hallasen resistencia alguna que impidiera las muertes y el saqueo y destrucción de templos y palacios. Estos ya habían sido parcialmente violados por los vencedores quiteños de la batalla de Quipaypan, que dejo un saldo de más de 180 ,000 muertos. La ciudad del Qosqo-Llaqta que encontraron los conquistadores albergaba alrededor de unas doscien­tas mil personas; estaba dividida en dos partes: Hanan Qosqo o Qosqo Alto y Hurin Qosqo o Qosqo Bajo. La línea divisoria era el camino del Antisuyo, que va hacía el oriente. Era una ciudad grande y her­mosa, plagada de construcciones monumentales, como templos y palacios, muchos de los cuales per­manecían deshabitados buena parte del tiempo por ser residencias ocasionales de caciques y grandes señores que solo iban a la ciudad cuando se acercaba alguna celebración. El primer barrio se denominaba Colcampata. Allí se había edificado el palacio del fundador Manco Cápac. La mayor parte de las casas eran de piedra, fi­namente trabajada, y otras tenían de piedra solo la mitad de la fachada. También contaban con múlti­ples viviendas de adobe, trazadas con muy buen orden; las calles, en cruz, muy derechas, todas empedradas y angostas, contaban con fuentes de agua y alcantari­llado. Había una plaza central cuadrada, llana y em­pedrada, y dispuestos alrededor de ella se alzaban cuatro palacios de los señores principales, entre los que destacaba el de Huayna Cápac, de gran colorido, cuya puerta era de una piedra como el mármol blanco y encarnado. La ciudad tenia forma de puma con cabeza de halcón, cuyo plumaje erizado lo constituía la for­taleza-templo de Sacsayhuaman, ubicada en lo alto de un cerro redondo y áspero, desde el cual se dominaba todo el valle. La silueta estaba determi­nada por los ríos Tullumayo y Huatanay, que nacen una legua más arriba del Qosqo y de allí descienden hasta llegar a la ciudad y dos leguas más abajo. Todo el camino estaba enlosado para que el agua corriera limpia y clara y para evitar desbordamientos aunque los ríos estuviesen crecidos. Unos puentes muy sóli­dos daban ingreso a la ciudad, que tenia ya varios miles de años de haber sido edificada antes de la lle­gada y asentamiento de los incas. En ese entonces su nombre era Acomama. La fortaleza-templo que resguardaba la ciudad poseía gran cantidad de aposentos y una torre princi­pal al centro, hecha a modo de cubo, con cuatro o cinco cuerpos superpuestos. Las habitaciones y estan­cias de dicha torre eran pequeñas, construidas a base de piedras muy grandes, primorosamente labradas, tan bien ajustadas unas con otras que parecían no lle­var mezcla alguna, y tan lisas que simulaban tablas cepilladas. El monumento era de tal extensión que difícilmente podía ser recorrido por completo en un solo día. Dispuestos a su alrededor había tres torreones: Muyoc-marca, Sallac-marca y Paucar-marca. Toda la fortaleza era un gran deposito de armas diversas (po­rras, hachas, flechas y vestimenta ceremonial). Sacsayhuaman estaba rodeado por grandes mu­rallas. Había una en la parte del cerro que miraba a la ciudad, sobre una ladera de mucha pendiente; otras tres se levantaban, a diferentes niveles, en la parte posterior. La ultima era la más alta. Estas construc­ciones se extendían a lo largo de 300 metros y es­taban compuestas por descomunales bloques de granito de hasta 360 toneladas, algunos de los cuales alcanzaban alturas de 9 m, 5 m de ancho y 4 m de espesor. Estas extraordinarias proporciones per­mitían que una y otra muralla sirvieran de parapeto a grandes terrazas de tierra, como si se tratara de gradas gigantescas. Los terraplenes se conectaban a través de tres portones: Tiopunco, Viracochapunco y Acahuanapunco (punco significa "puerta"). En el Templo del Coricancha la soldadesca europea quedó deslumbrada ante la magnificencia, el esplendor y el boato del santuario. Los conquis­tadores se encontraron con un edificio de regia fac­tura, con muros de piedra ciclópeos, delicadamente trabajados en planos inclinados, con puertas trape­zoidales. El templo constaba de ocho grandes cámaras cuadradas cuyas paredes tenían por dentro y por fuera inmensas hojas y laminas de oro fino, con in­crustaciones de esmeraldas y otras piedras preciosas. Al interior, los asientos también lucían adornos de oro. En la parte posterior del templo se encontraba el jardín del Sol, un lugar de increíble belleza, deco­rado con la orfebrería incaica, discípula y heredera de los magistrales logros de la norteña cultura chimu, que con gran realismo creo ese extraño y alucinante lugar donde se reproducían a escala natural árboles y plantas diversos, con sus flores y frutos, insectos y todo tipo de animales. En un lago artificial flotaban peces de oro puro y en todo el jardín se erigían escul­turas, también de tamaño natural, de servidores, mu­jeres y hombres, llevando vasijas y ofrendas de ese fino metal. Todo esto, junto con el gran disco del Sol que cubría las paredes del interior del santuario, fue extraído para ser fundido y repartido entre la soldadesca. El botín reportado del saqueo del Qosqo para deducir la parte del rey fue de 580, 000 pe­sos de oro y 215 ,000 marcos de plata. Otro de los hermanos de Huáscar sobreviviente de la cruenta persecución fue Choque Auqui, hom­bre joven de mediana altura y buen ver, intuitivo e inteligente. Residía en el Amarucancha y estaba al servicio de los restos de su padre Huayna Cápac por designio del destino. Choque Auqui se había apegado a las profecías del cerro Guanacuari, donde se practi­caba la adivinación valiéndose principalmente de ho­jas de coca o mediante ejercicios lúdicos y juegos de azar como la piska. En esta suerte, la clasificación de los números en favorables y adversos determinaba el destino del interesado. En una consulta de Choque Auqui el cinco se repitió reiteradamente. El símbolo que le correspondía era la mano, o sea un periodo de prueba y penitencia, un tiempo de oscuridad. Por ello, convoco en secreto a todos los amautas del yachayhuasi, a los quipucamayocs más sabios e im­portantes que sobrevivieron a la cacería de intelec­tuales y que permanecían escondidos en la ciudad, y también a los sacerdotes de reconocida espiritualidad que habían podido burlar al ejército de Atahualpa y ocultar a los waukes. Una vez reunidos, Choque les planteo la posi­bilidad de una fuga colectiva rumbo a un lugar seguro. Para esto se contaría con la ayuda de los habi­tantes del Atuncancha, lugar donde residían -en unas cien casas- los sacerdotes y las mamacunas, cerca del Templo del Sol. Desde allí los evadidos en­trarían en el Coricancha durante la noche, para ingresar en la Gran Chingana, túnel laberíntico subterráneo que va por debajo de la ciudad hacia la fortaleza de Sacsayhuaman; luego seguirían por otro túnel cer­cano en dirección a Paucartambo. Estos túneles habían sido construidos por los antiguos wari, edificadores de la primera ciudad del Qosqo, quienes seguían al dios de Tiahuanaco, Viracocha, y a su enviado Tonopa o Tunu-Apaj, el predi­cador mendigo y ermitaño que habitaba en la Pacarina (gran lago). El mito dice que la humanidad fue castigada con un diluvio por despreciar las enseñanzas del peregrino, salvándose un solo hombre bueno. El arcoiris que se formo después del diluvio era una víbora de muchos colores que se trasladaba al cielo, pero era de tal vo­racidad que tragaba cuanto encontraba. Cuando fue muerta le abrieron las entrañas y de ella salieron los hombres, los animales y tantísimas cosas que había devorado. La historia la conocía bien el príncipe Choque y la relacionaba con la ola de desastres que había azo­tado al pueblo inca: epidemia, guerra civil y la inva­sión de los feroces y ambiciosos zungazapa vestidos con placas rígidas y relucientes como la plata, donde rebotaban las flechas y las piedras. Todo ello podía significar que un gran castigo había caído sobre la Tierra, obligándolos a hacer penitencia: emigrar y salvar lo que pudiese ser salvado. Se inicio entonces el pacaricuc (ayuno general) . La fecha prevista Para marchar sería a mediados del Uma Raymi (Pascua del agua, mes de Octubre). Se selecciono un número determi­nado de ajllas jóvenes (mujeres escogidas para el servicio al templo o para matrimonio con la nobleza) y fuertes, para acompañar al grupo que habría de rescatar el imperio espiritual di­luido en la superficialidad y banalidad de la corte. La noche previa a la huida, que sería de madru­gada, el príncipe estaba dedicado a hacer abluciones y baños de purificación en el palacio de la panaca (clan) de Huayna Cápac, llamado de Tomebamba Ayllu. En ese momento apareció el anciano Willka-Umu, quien remplazaba al sumo sacerdote asesinado poco antes. El noble patriarca caminó hasta estar cerca del lugar donde se extendía la poza en que se encontraba el joven sentado y completamente desnudo, mientras un servidor inclinaba los urpus (cantaros ovalados) de agua sobre su espalda. La amplia habitación, de coloridos tapices que cubrían las paredes y el suelo de un extremo a otro, era iluminada y calentada por una poderosa lumbre. Cuando Choque recibió al anciano, este se dirigió a el con respeto y admiración, diciendo: "Querido Príncipe, eres tan joven e inexperto como pequeñas e improbables son nuestras esperan­zas; pero me consuela saber que lo pequeño crece y la experiencia se incrementa con el valor para en­carar los errores. Te llevas un gran grupo de jóvenes Místicos como tú y un reducido círculo de ancianos sabios. Pero es todo lo mejor y lo único que te­nemos. Sé que no piensas reconstruir lo que se ha perdido, sino que más bien piensas rescatar la espiri­tualidad que caracterizo los inicios del incario; y tam­bién se que no te volveremos a ver, ni a quienes te acompañan [...] Por ello te deseo lo mejor. Quienes te conocen están de acuerdo en que te mereces el calificativo de huachacuyoc (caritativo) , pues desde niño siempre amaste a los desvalidos y fuiste bienhechor de los pobres. Ahora has escogido una misión muy audaz y, si es bendecida de lo Alto, llenará tu vida de bienaventuranza perpetuando tu estirpe que es la nuestra. Si logras tu cometido y te estableces en paz y seguridad, los hechos de tu vida serán conocidos en el futuro y darán lugar a cantos y leyendas; pero lo importante será que despertara e iluminara las dor­midas conciencias de los que se dejaron envolver en la oscuridad que hoy se abate sobre todos nosotros [... ] No dudes de que si estaba escrito en tú destino y en el nuestro lo que esta aconteciendo, llegaras hasta donde debas y te sea permitido [...] ¡Quizá hasta tu descendencia vuelva a guiar este mundo! [... ]” Concluyo el sacerdote con voz temblorosa y los ojos cargados de lágrimas, con la mirada perdida en el ñaupapacha (tiempos antiguos). El príncipe abandono el cápac marca (Cámara de los vestidos y tesoros del inca difunto) ataviado con ropas sencillas. De su cuello colgaba un medallón con el disco del Sol prendido de una gruesa cadena, todo ello de oro puro, y en el brazo derecho llevaba un brazalete que tenia el rostro del felino y repre­sentaba la constelación de Choque Chinchay, que apare­ce por el norte y marca esta dirección o rumbo, además de ser símbolo mágico de protección contra magos y hechiceros de la tierra de los antis. Ambas insignias ha­bían pertenecido a su padre y ahora lo acompañarían. Salió el gallardo joven de los aposentos en compañía del tucuyricuc (los ojos y oídos del inca, inspector o espía infiltrado en el pueblo). Cruzó los corredores y los sa­lones, labrados con gran artificio y adornados de estanterías de piedra a manera de ventanas trapezoi­dales, llenas de objetos de oro y plata en forma de auquénidos o seres humanos, como idolillos de fer­tilidad y abundancia, los cuales resplandecían con la luz que penetraba a través de claraboyas muy bien dispuestas en cada habitación. Llegaron hasta el segundo patio donde se encon­traba la armería real a cargo de los oficiales de servicio quienes, ayudados por los mayordomos, reunieron todas las armas y vituallas posibles. Tenían orden de llevarlas hasta el Coricancha, donde descansaban los restos momificados de Huayna Cápac y donde tam­bién se encontraba su wauke. Estando ya en el primer patio, Choque miró por última vez el que había sido su segundo hogar y se inclinó para tocar con sus manos el suelo adoquinado donde jugaba cuando niño. Una vez que llegó a la puerta principal, el príncipe procedió a despedirse discretamente de los servidores de mayor edad, agradeciéndoles sus años de dedicación y dejándolos al cuidado de palacio. Ellos no sabían a donde mar­chaba, pero confiaban en sus decisiones porque las consideraban sabias y en beneficio de todos. Choque se alejo silenciosamente del Amaru­cancha y de la plaza de Huacaypata (hoy Plaza de Armas), junto con un cortejo de unas 20 personas. Caminaron por el Inti-Kicllu [callejón de Loreto], teniendo en todo momento al Ajllahuasi a la izquier­da. A pesar de lo avanzado de la noche, había fogatas encendidas y aun se escuchaban los gritos lastimeros que desgarraban la quietud de aquel privilegiado lugar enclavado en los Andes. No había familia en el Qosqo que no hubiese perdido en poco tiempo más de un familiar en las guerras o por las plagas y desgra­cias que se habían abatido sobre el incario. Llegando a las puertas del Coricancha, fueron recibidos con sumo respeto por los guardias que per­manentemente cuidaban la entrada del gran santuario. Atravesaron velozmente el voluminoso patio empedrado que los separaba de las capillas dedicadas al Sol, a la Luna, a la estrella Chaska, a la cons­telación del Choque Chinchay y a muchas otras. En ese momento en el cielo se escucho una estrepitosa serie de truenos y múltiples relámpagos sin lluvia agrietaron el espacio. Los aguardaban los sacerdotes con gran nervio­sismo; entre ellos asomó el sumo sacerdote Willka­-Umu, quien se acerco a Choque. Después de hacerle una respetuosa reverencia, puso sus manos sobre los hombros de aquel, mirándolo fijamente a los ojos y diciéndole: "Dos grandes serpientes se encargan de comuni­car el Kay Pacha con el Janan Pacha, saliendo del Ukju Pacha para pasar a este mundo terrestre. Son las energías que fluyen por el universo exterior e in­terior de cada ser humano y de todas las cosas. Una reptante en lo exterior posee la forma del gran río Amaru Mayu y la conocemos bajo el nombre de Yaku Mama; la otra va caminando verticalmente, dotada de dos cabezas, una inferior que absorbe los bichos de la superficie, otra superior que se alimenta de insectos volátiles. Apenas se mueve y tiene la apariencia de un árbol seco; es la Sacha Mama. Estas grandes serpientes pasan después al mundo de arriba, donde la Yaku Mama se convierte en illapa (el rayo) y la Sa­cha Mama en koychi (el arcoiris). El Inca debía mantener dicha conexión entre los mundos, como Intipchurin (hijo del Sol) , pero esta relación hace tiempo se ha visto interrumpida por la ambición materialista, la ignorancia y la ausen­cia de espiritualidad, por lo que el caos se cierne so­bre el mundo [...] Nuestro días están contados [...] Debes viajar cuanto antes, querido príncipe, como guerrero de la luz contra la oscuridad, al lugar donde puedas volver a enlazar los tres mundos, porque la conexión la hemos perdido todos los hombres. Para ello seguirás la ruta de la Pakarina. Y llegando a tu destino deberán tú y tus descendientes aguardar con paciencia el `Tiempo de Cambio'; un 'Nuevo Ama­necer de la Humanidad' [... ] La tierra que dejas bajo nuestros pies y tras de ti se mantendrá por muchos siglos sujeta a una purificación dolorosa, a un pachacuti, para que en el futuro pueda albergar la simiente de una nueva humanidad basada en el amor, el conocimiento y la fe. "Pongo en tus manos la sara mama (madre del maíz, mazorca gigante) que estaba colocada en el granero del Santuario. Ahora ira con­tigo y, cuando el tiempo sea cumplido y tus descendientes vuelvan al mundo que hoy dejas, traerán consigo esta semilla junto con la prosperidad y la abundancia. La coca mama se quedara multiplicando las desgracias de los hombres que acaben y destruyan la Sacha Mama y la Pacha Mama. "También coloco sobre tu cabeza la mascay­pacha con la insignia del heredero. Cuando llegues a Payquinquin Qosqo ¡serás Inca! [...]" Al levantar su rostro después de recibir la insig­nia real, Choque hablo con fuerza delante de su gente: "Hablare ya que me has orientado hasta ahora, poderoso y noble señor. Me inclino ante ti con pro­funda veneración. Para ti nada hay oculto; bien sabes como es que todo esta dispuesto como para que cada cual cumpla con su destino. Tiemblo al verme aquí, como también al contemplar todo lo que represen­tamos y la responsabilidad que ello nos asigna. Quiero creer que no defraudaremos las expectativas." El príncipe abrazo fuerte y entrañablemente al anciano y de inmediato busco con la mirada a los mallquis (momias). Allí estaban todos, excepto el de Túpac Inca Yupanqui, quemado y destruido en venganza por haber sometido los territorios de los abuelos ma­ternos de Atahualpa. Choque mismo cuidaba el de su padre Huayna Cápac. Los mallquis habían sido con­vocados en secreto por el sacerdote encargado, Mallquip­-Uillac, sin dar mayor explicación a los mallquicamayocs. Se hacia dispuesto salvaguardarlos dejando en su lugar los de otras personalidades menos importantes vis­tiendo las ropas imperiales. No quedaba mucho tiempo. Los preparativos se apuraron en la entrada de la Chingana. El sequito es­taba completo. Las ajllas, conducidas desde la capilla Quilla (Luna), vestían sus acsu (manto grande de lana blanca) que, prendidos con alfil­eres de plata, les cubrían los hombros hasta el empei­ne. Las doncellas también llevaban encima la lliclla (manta usada como falda) y a su cintura ataban una faja grande y luego otra an­gosta con la que daban varias vueltas al cuerpo. Se cu­brían asimismo la cabeza con una ñañaza (mantilla), sobre la cual caía una vincha (cinta larga para sujetar el pelo). También fueron seleccionados algunos amautas, quipucamayocs, sacerdotes y unos pocos orejones. Estos recibían tal nombre por llevar en las orejas unos zarcillos tan redondos como una manilla, y tan grandes y pesados que se las van deformando. Asi­mismo usaban sobre la cabeza trasquilada un sobrepeine y trenzas largas, atadas con unas cuerdas del grosor de un dedo meñique, que les daban dos o tres vueltas sobre la misma.) Los sacerdotes tomaron entre sus manos unas antorchas y marcaron el camino de la Chingana, descendiendo por unos escalones de piedra hacia un túnel, que actualmente se encuentra detrás del altar mayor de la Iglesia de Santo Domingo. Siguieron por un largo y amplio corredor que conducía al lado derecho de una profunda caverna cuyas paredes rec­tas mostraban un colosal trabajo de cantería. Al cabo de unos diez minutos arribaron a unas inmensas cámaras. Entonces las antorchas fueron apagadas en el curso del agua canalizado artificial­mente, que corría paralelo al camino tallado en la roca. Inmediatamente se escucho un bullicio de in­tranquilidad, que ceso cuando se produjo una lumi­nosidad verdosa y fosforescente emanada por un misterioso material que recubría la totalidad de las paredes. Habían entrado en las entrañas secretas de la Pacha Mama (Madre Tierra). Esculpidas sobre algunas rocas aparecían figuras de serpientes y jaguares, así como diversas quillcas (piedras llenas de símbolos) amorosamente trabajadas para servir de morada a entidades positivas y protectoras aprisionadas por su solidez indestructible. Y es que la piedra tiene un mítico significado en el mundo andino. Rumi provie­ne de la misma raíz de ruru, que significa "semilla". La piedra era una especie de semilla de cosas dura­bles, eternas. Al cabo de un largo y lento recorrido sorteando innumerables trampas como abismos, pisos falsos, es­tacas, cuerdas, piedras desprendidas, el camino empezó a ascender, estrechándose hasta dejar espacio para una sola fila. El séquito trepo por altos y sólidos escalones, mientras una pequeña cascada caía violen­tamente a la izquierda, ahogando los jadeos y los pa­sos de aquellos que llevaban las andas de mallquis y wauques. Habiendo atravesado por completo la ciu­dad por este camino subterráneo, muy bien pro­tegida y disimulada se alzaba la salida a un lado de la fortaleza de Sacsayhuaman. Allí les aguardaba un grupo de cincuenta aucapomas (guerreros) al mando de un aucacamayoc (capitán veterano), quienes habían remplazado a la guardia que controlaba ese lugar aquella noche; no obstante, su presencia militar sorprendió a los desconfiados y temerosos amauta cuna (sabios maestros). Faltaban pocas horas para que amaneciese, por lo que debían apresurarse para cubrir la distancia que los separaba del camino al valle del río Urubamba y al siguiente túnel. Kilómetros adelante los esperaba un centenar de llamas cargadas con vituallas y otras más para aligerar la carga. También se había previsto que en Paucartambo los alcanzarían otros grupos, entre ellos la gente de Calca, dirigida por el llantacamayoc runa Cayaticoc(oficial del pueblo encargado de comisiones) . Desde Paucartambo partió la caravana. Tuvieron que transcurrir muchos días para alcanzar las faldas del nevado del Huamancaca. En este lugar Choque Auqui decidió dejar parte de su gente guardando el paso de la montaña que lleva al valle de Cosñipata, por donde se desciende a la selva. Tanto guerreros como sacer­dotes y mujeres permanecerían en calidad de ayllu cuidando y protegiendo la ruta de acceso al Paititi. Así se origino la Comunidad del Santuario o Q'eros, como se le conoce actualmente, nombre que en quechua y en machiguenga (lengua de una tribu selvática del valle de Cosñipata) significa "refugio, re­tiro, santuario". Convertida en los ojos y los oídos del Paititi, la Comunidad del Santuario cuyos integrantes bajaban y subían del Qosqo permitía al Inca conocer desde el Qosqo la situación del mundo. Desde entonces, en este ayllu se ha conservado el conocimiento de la lectura de los símbolos en sus pallay (tejidos en fondo negro y blanco), quizá aguardando el "tiempo del retorno y el final del pachacuti o purificación de 500 años". Una vez que cruzaron el Abra sobre piedras cu­biertas de ritti, agradecieron con una apacheta los fa­vores recibidos. En su descenso hacia la selva, una parte siguió hacia el poblado de Lacco llevando algu­nas de las literas que cargaban a los mallquis y a los waukes. En un pucullo procuraron dejar pistas falsas mientras el resto avanzo por el valle de Cosñipata hacia el Amarumayo, guiados por Choque, el cápac Apo Amaru. Choque caminaba delante de todos sin privile­gio alguno, como aissavillca que era, dando ánimos a los rezagados y ofreciendo su hombro a aquellos que sentían desfallecer cuando el cansancio arreciaba. Pa­ra él no había anta-huamra, simplemente eran hijos y hermanos de una gran familia que debía sobrevivir; así lo dijo más de una vez cuando la gente flaqueaba. Fue admirable su ejemplo cuando al cruzar las oroyas sobre los ríos caudalosos, era el primero en ofrecerse para cargar uno de los extremos de los palanquines que llevaban a los mallquis, o el que se lanzaba pri­mero cuando los rápidos arrastraban a alguien. No perdía el ánimo y con sus bromas hacia que la muchedumbre estallase en carcajadas, olvidando por unos instantes la tragedia que azotaba al imperio y los sufrimientos vividos por sus familias, así como la agotadora y difícil jornada. Esto, lejos de hacerle per­der el respeto de la gente, le granjeo la admiración y el amor de todos, incluso motivo a que los orejones olvidaran los protocolos. Antes, un Inca no permitía que se le mirase a los ojos, pero con Choque todos buscaban reflejarse en su mirada para darse fuerza y valor, así como para hallar consuelo en su sonrisa, que muchas veces pretendía estoicamente ocultar el agotamiento. Por las noches, bajo la luz de las coillorcuna (estrellas) y en pleno campamento, no faltaba quien cayera en la tentación de contar historias macabras como la del nakaj (degollador) o la de las kefke (cabezas voladoras) que hacían desaparecer a los peregrinos que pasaban la noche fuera de los tambos. Entonces el príncipe Choque, quien permanecía mu­chas veces detrás escuchando y procurando pasar de­sapercibido, intervenía con una lección de valor. Una noche miró al cielo y apunto hacia unas ex­trañas luces que no caían como otras sino que más bien caminaban a gran altura, a veces lentas y otras rápidamente, deteniéndose sobre el lugar. Una vez estáticas, las luces crecían en intensidad, se apagaban súbitamente y volvían a encenderse al cabo de unos instantes; luego se movían cambiando de dirección y desaparecían en la distan­cia. Menciono entonces lo que intuía su corazón: aque­llas luces eran los heraldos de Dios, quienes les mostra­ban la ruta a seguir y protegían al grupo. Nada había que temer si todos se mantenían unidos y con fe. Todas las mañanas Choque dirigía con los sacer­dotes el saludo al Sol, con los pies descalzos en la tierra, elevando los brazos por encima de la cabeza y tomando una respiración lenta y profunda; luego los abría en arco exhalando por la boca con las palabras: “¡punchau chinan!". Era un canto melodioso y fuerte seguido y repetido varias veces por todos. Reanudado el viaje cruzaron el Apucantiti, ulti­mo macizo rocoso antes de descender al manto verde que se extendía infinito y serpenteaban los caudalosos ríos. Mas tarde penetraron en la Rupa Rupa, zona de espesa vegetación y muy calurosa. Allí les salieron al paso unos sacharunas (hombres salvajes). Su aspecto era feroz: llevaban pintura en los rostros, un disco de plata cosido a la nariz y collares de semillas pendían de sus cuellos; en sus cabellos, que eran cortos, lucían una vincha de plumas negras cubriéndoles la frente. Portaban arcos de madera de chonta y larguísimas flechas de caña con puntas aserradas también de chonta y cuchillos de metal. El grupo quedó paralizado pensando que se tra­taba de runamicuc (antropófagos). Pero los guerreros no se mostra­ban hostiles; por el contrario, saludaron al grupo y les dieron la bienvenida. Estaban esperándolos. Los machiguengas (machu-ingas o incas antiguos), fieles al Inca Túpac Yupan­qui, permanecían allí desde la muerte de éste pro­tegiendo la secreta ruta hacia el Paititi, y habiéndose mimetizado con el ambiente y con los naturales, lo que hacía difícil reconocerlos. Una vez en el poblado de los machiguengas, Choque y los suyos finalizaron su ayuno y compar­tieron el masato (licor extraído del fermentado de la yuca o mandioca). Comieron hasta saciarse antisara (maíz de la selva), yuca, plátanos y peces de río asados sobre las brasas. Después de dos días de descanso reparador continua­ron camino escoltados por aquellos guerreros. Al cabo de día y medio de sofocada caminata por la abrupta e intrincada selva, llegaron a las faldas de una meseta desde la cual descendía una alta catarata. De allí tuvieron que subir por una pendiente hasta un gran portal de piedra trabajado al estilo cuzqueño. Mas adelante asomaban entre los árboles los andenes que se multiplicaban con los pata chacra. Entre dos colinas se extendía una laguna artificial construida como aprovisionamiento de agua. Bor­deándola, llegaron hasta la entrada de una im­presionante caverna oscura y húmeda en forma de corazón, donde se evidenciaba la mano del hombre. El primero en acercarse fue Choque Auqui. Desde el umbral escuchó un sonido, como si se tratase de rugidos de otorongos. Recordó entonces que, según se decía, los chamanes utilizaban pumas y jaguares para ocultarse. Pero su confianza en una protección superior le permitió introducirse alum­brándose con una antorcha. Súbitamente apare­cieron unos hombres vestidos de blanco, a la usanza de los sacerdotes incas, con cabellos largos y sueltos. Era otra comitiva de recepción que sabia del viaje se­creto de Choque Auqui. Luego de hacer una reve­rencia al príncipe, le pidieron que los siguiera. Cruzaron durante aproximadamente treinta minutos hasta el otro lado de la montaña y llegaron a un lugar que parecía ser el punto más profundo de un cráter, provisto de una plaza circular, hornacinas y multitud de casas y edificios. Entonces, una muchedumbre recibió con gran entusiasmo a los recién llegados. Se hicieron oraciones por todos los muertos y fallecidos en la reciente epidemia, guerra civil y durante la invasión de los sungazapa. Después se hizo un silencio y la gente se alejó un poco dejando espacio para que fuesen colocados los waukes en las hornacinas dispuestas para ello. Enseguida, los sacer­dotes pidieron orden haciendo sonar los pututos. En­tonces se procedió a dar la bienvenida oficial al heredero de la Quispehuasi (Casa de salvación). Unas mujeres se acer­caron cargando recipientes con agua para que se lavase; otras le ofrecieron un cumbi (ropa especial para ceremonias), y lo vistieron y acicalaron para la ocasión. Mientras tanto, unos jóve­nes y un chaupiroco (anciano de 70 años) entonaban los harauis (cantares de gesta relacionados con la empresa de Choque Auqui, que mencionaban el fondo espiritual de la misma). A un extremo de la plaza, sobre un promonto­rio, fue colocado el cápac usnoo (trono real), alrededor del cual empezaron a situarse los willac (sacerdotes) ataviados con sus umupachas (vestidos sacerdotales). Choque Auqui debía acercarse para re­cibir la cápac unancha mascaipacha uayoc tica (insignia real, borla imperial que florece y fructifica). Caminó hacia los willac quienes le ciñeron la corona. A continuación recibió la insignia de los masca. Una vez nombrado Inca Choque Cápac, se inclino para besar la tierra. Cuando se incorporo de nuevo, alzo los brazos hacia el Sol y dio gracias, comprometién­dose a recuperar el conocimiento perdido y la orien­tación espiritual tal como fue en el Principio. Acto seguido, un sacerdote descubrió el aquilla (vaso ceremonial) para que bebiese la akja (especie de cerveza de maíz con poco alcohol llamada posteriormente chicha). Parte importante de la ceremonia era ceñir la co­rona a la reina. Esta sería en primera instancia una hermana de sangre del recién nombrado Inca. Al no ser posible ello, se acerco el intic huarmain camayoc (oficial de las mujeres del sol) que los había acompañado en la caravana cuidando a las vírgenes, e invito con gran respeto y solemnidad al monarca para que escogiese a la que sería su com­pañera. Abochornado por tal situación, lo primero que Choque atino a decir fue que consideraba a todas las jóvenes doncellas allin sumac supascona (buenas y hermosas mozas). Luego miro a una que destacaba entre todas. Durante todo el sucquilla (mes) Choque había apreciado en esta doncella su sencillez y su belleza pero, sobre todo, la inteligencia y hu­manidad con que trataba a los más débiles. La tomo del brazo y la llamó por su nombre Yahuaira (viento). La alegría fue enton­ces muy grande y las felicitaciones se multiplicaron sobre la doncella. Inmediatamente se celebro el ma­trimonio de la pareja real. Por la tarde, el Inca, acompañado de Mama Ya­huaira, decidió reunirse con el Consejo de los An­cianos Sabios. Al día siguiente, muy temprano, promovió un nuevo encuentro, pero esta vez, fuera de la costumbre, llamó al camachico (asamblea de hombres y mujeres mayores de edad) para que guiara la acción del que es "mayor entre todos". Con esta actitud Choque iniciaría una nueva era en la historia de los gobernantes del incario. Ordeno asimismo que el yachachic runa (preceptor y maestro) del yachayhuasi (Casa del Saber) y los demás amautas y quipucamayocs procedieran de inmediato a registrar los últimos acontecimientos como lo exigía la costumbre inca. Mientras esto ocurría en Paiquinquin tierra de Paititi, Manco, otro de los hijos de Huayna Cápac, salió al encuentro de Fran­cisco Pizarro en la cuesta de Limatambo. Manco también había partido del Qosqo secretamente, pero poco antes que Choque. En el sitio de Vilcacunca rindió homenaje a Pizarro y aprovecho para quejarse de las tropelías y crímenes que cometían las huestes de los generales de Atahualpa. Pizarro percibió de in­mediato la intriga que reinaba al interior del incario, y que tenia un aliado incondicional en Manco. Por ello, no esperó más tiempo para reconocer a Manco como el nuevo Inca, quien fue Coronado con toda pompa en el templo de Coricancha. La primera sanción que expidió Manco fue que­mar públicamente al general Calcuchimac, y en com­pañía de Pizarro fue en busca de Quisquis, quien anteriormente se había retirado a Quito. De regreso al Qosqo se organizo una expedición hacia Chile, al mando de Diego de Almagro, quien se hizo acompañar del Willac-Umu y de Paulo Topa. Más tarde Pizarro marcho a Lima, dejando en el go­bierno de la capital a sus hermanos Hernando, Gon­zalo y Juan. Tiempo después Manco sufriría en carne propia las consecuencias de su equivoco. Continuamente le exigían grandes cantidades de oro y plata y lo insultaban y se burlaban de él, de su cultura y de sus an­tepasados. Defraudado, Manco decidió liderar un levantamiento, contando con el apoyo del Willac-Umu, quien se había fugado de Chile. Juntos prepararían la acción en el curso de cuatro meses, al cabo de los cuales acabarían con todos los zungazapa. Al incrementarse los abusos de Pizarro, Manco decidió anticipar la rebelión. Pidió entonces autori­zación a los españoles para ir a Yucay, valiéndose de Antonillo, interprete de origen huancavilca, prometiendo traer el wauke de Huayna Cápac. Con él salieron muchos nobles, aunque no todos estaban de acuerdo con dicho alzamiento, incluso hubo quienes optaron por mantenerse del lado de los conquistadores. Al poco tiempo, Manco declaró una guerra frontal manteniendo un cerco de dos meses sobre la ciudad del Qosqo, pero fueron los propios cuzqueños leales a los españoles los que lograron romper el sitio Y, enfrentaron a los atacantes haciéndolos retroceder. Estos se refugiaron en la fortaleza de Sacsayhuaman, donde se dio una encarnizada lucha en la que murió Juan Pizarro y el célebre capitán inca Cahuide, quien se arrojo desde lo alto de una de las torres, sujetando entre sus brazos las cabezas de dos soldados espa­ñoles. Hubo gran mortandad entre los andinos que favorecían a los europeos, pero al final la fortaleza cayo y fue tomada. Se inicio entonces la persecución de Manco Inca, quien se retiró de Yucay con direc­ción a Calca. En las angosturas los persecutores eran victimas de derrumbes y avalanchas y sufrieron gran cantidad de bajas. Esto dio tiempo a Manco para reor­ganizarse y preparar un contraataque, mismo que los hizo retroceder hasta el Qosqo. Lima también fue sitiada por los ejércitos in­surrectos. En el encuentro de Chulcamayu perdieron la vida las huestes españolas, lográndose un buen botín consistente en ropa de Castilla, vino y otros artícu­los, así como esclavos negros. En Jauja también se aniquilo al pequeño ejercito español, pero no pudo producirse la ofensiva final debido a la falta de coordinación y al retraso en la llegada de las fuerzas huancas, así como por haber quedado fuera de combate el general Quiso Yupanqui, artífice de los éxitos anteriores, quien pos­teriormente perdió la vida. Después de haberse retirado a Chuquisaca y Tambo, Manco acepto dar refugio a cuatro españoles que decían estar huyendo del gobernador Vaca de Castro, pero que en realidad llevaban la intención de acabar con aquel. Efectivamente, Manco fue acuchi­llado por la espalda y murió a los pocos días, no sin antes haber designado como sucesor y heredero a Sayri Túpac. Con la llegada del primer virrey y la publicación de ordenanzas se produjo malestar y confusión entre los con­quistadores en todo el reino y se produjeron levan­tamientos como el de Gonzalo Pizarro, quien murió, como muchos de los suyos, en cruentas guerras civiles. Las fabulosas cantidades de oro y plata encon­tradas en el Nuevo Mundo fueron el móvil de dichas hostilidades. Uno de los más insaciables fue pre­cisamente Gonzalo Pizarro, quien en su obsesiva búsqueda de El Dorado, una supuesta ciudad de oro oculta en la selva, organizo expediciones de con­secuencias fatales que, sin embargo, hicieron posible el descubrimiento del río Amazonas y una ruta navegable hacia el Atlántico. Pizarro se debatía entre dos mitos que hablaban de tal ciudad. Uno de ellos lo había conocido después del cruzar Panamá. En el se hablaba de un cacique Chibcha llamado Guatavita (El Dorado), quien una vez al año cu­bría su cuerpo con polvo de oro y se dejaba conducir en una balsa recubierta de laminas de oro hasta el centro de un lago de origen volcánico de gran pro­fundidad (cerca de Bogotá, en la actual Colombia). Allí se arrojaba al agua con gran cantidad de can­taros, también del mismo fino y valioso metal, para regresar nadando por su propio esfuerzo hasta la orilla. Todo ello parecía ser un ritual para demostrar la capacidad y fuerza de mando, así como un ceremo­nial de ofrendas en representación del renacimiento del Sol. El otro mito se refería a la existencia de Paiquinquin Qosqo y del Inca Rey. Se hablaba de fuen­tes de oro en las vertientes orientales de la cordillera y en los ríos de la selva. Se decía que en esa ciudad se habían ocultado las estatuas de oro de cada uno de los soberanos que gobernaron el Tahuantinsuyo, lo cual la hacia una presa codiciable. En el Paititi, al cabo de muchos meses, llego el momento en que el Inca Choque Cápac tendría que estar listo para entrar en contacto con los Paco Pacuris, aquellos extraños sabios que residían en el interior de las cavernas, quienes lo conducirían ante el pachayachachi (maestro del mundo). Este contacto, que elevo los niveles de concien­cia, comprensión y vibración de la comunidad, hacia sido aguardado por mucho tiempo; y significaba que las puertas del Paiquinquin quedarían selladas al mundo ex­terior por un tiempo indefinido. Casi un siglo después, unos misioneros jesuitas lle­garon casi desfalleciendo hasta las fronteras de aquel santuario, queriendo contrarrestar la nefasta acción de las autoridades coloniales con el verdadero men­saje cristiano, que en nada se parecía a aquel con que se justificaba la opresión. Se les permitió llegar y fue­ron atendidos con muchos cuidados hasta su recupe­ración. Entonces, su ejemplo y su mensaje, una vez confrontado con la tradición cultural andina, sin contradicciones ni menosprecios, llegó a calar muy hondo en el Inca que reinaba en aquel momento, por lo que el sobe­rano acepto la fe cristiana para él y su comunidad, a la vez que continuaría cultivando sus costumbres ancestrales. Los clérigos católicos marcharon de vuelta hacia el virreinato, no sin antes comprometerse a guardar silencio sobre la Comunidad del Santuario y su ubicación. Sin embargo, por indiscreciones dentro del convento, llego a oídos de las autoridades la existencia de un lugar misterioso donde permanecían los descendientes de los Incas, sin más autoridad que ellos mismos. Te­merosos de que se repitiera el fenómeno de insurrec­ción de Vilcabamba, se preparo una expedición para someterlos y los jesuitas fueron forzados a ser sus guías. Pero la expedición nunca llegó a su destino. Voluntariamente o por olvido, los misioneros jamás pudieron encontrar el Santuario. En el viaje muchos de los expedicionarios murieron de disentería; otros se ahogaron en ríos y pantanos o por picaduras de in­sectos y mordeduras del serpiente u otros animales. Algunos más, extraviados, perdieron la razón y murieron de hambre. Así como se produjeron intentos de reconquista y resistencia frente a los europeas, surgieron también movimientos espirituales y filosóficos que pretendían recuperar las creencias y el orden original de los Hijos del Sol desaparecidos al ser eliminada la clase dirigente. Uno de estos movimientos fue el taqui oncoy (trance a través del canto y el baile). Este representaba un verdadero esfuerzo por unificar las creencias mediante la figura del dios Apu Punshao (Espíritu del corazón o el alma). Este movimiento, que se mantuvo por mucho tiempo, rechazaba tanto el rito cristiano como las costumbres europeas y los vicios del virrei­nato. Se inicio en 1567 dirigido por Juan Chocne, quien sólo aparecía para las ceremonial celebradas en la clandestinidad. Los rituales consistían en pintarse el cuerpo de rojo, marchando luego hacia la huaca (adoratorio, templo o pirámide) ; ello significaba que la raza roja debía mantenerse pura frente a los invasores. Se prolongaban por horas el canto y la danza de todos los asistentes, buscando alcanzar un estado de trance en que fluyeran los ayunos de purificación. Juan Chocne mismo afir­maba mantener contacto con una entidad que se des­plazaba por el cielo en una canasta luminosa voladora. El taqui oncoy se extendió hasta entrar en con­tacto con los incas de Vilcabamba, en la frontera selvática del imperio; e involucró espiritual y materialmente a mucha gente. Túpac Amaru I fue uno de los que, conviviendo con españoles, participaba secre­tamente en una sociedad llamada "Los amaru", que sobrevivió a los movimientos mesiánicos y llego a vincularse después con la comunidad de Q'eros y el Paititi. El Paititi quedaría como un mito a la espera del momento en que la constelación de Miquiquiray marcara la definitiva apertura para guiar a la humanidad hacia una época de oro y espiritualidad. Sus puertas serían abiertas por aquellos que, desde fuera, estuviesen preparados para hacer buen uso del cono­cimiento por tanto tiempo resguardado en la Comu­nidad del Santuario. Durante mi relato hubo veces que don Santiago corrigió a la traductora las traducciones que ella hacía de mis palabras, lo cual demostraba lo atento que estaba a lo que decía. Es más, cuando mencioné por primera vez a Choque Auqui, se emocionaron evidentemente todos los Q`eros presentes, sonriendo y pronunciando a viva voz su nombre. Terminado el evento me abrazaron efusivamente los Q`eros agradeciéndome que les devolviera su historia y su memoria,,,

 Fotografias de Sixto Paz